Somos conscientes de la importancia que tiene la denuncia de las empresas e instituciones que participan directamente en esta barbarie, lucrándose a partir de la sangre de los más de 400 millones de niños esclavos.
No podemos desechar tampoco el inmenso poder que la sociedad tiene a través del boicot de estas empresas y el daño que supone, pues viven de la imagen pública. Pero en el sistema económico actual, que constituye una verdadera guerra de fuertes contra débiles, no podemos mantenernos ajenos.
Nuestro estilo de vida consumista, que vive con bastante más de lo necesario, está directamente sostenido por el trabajo del esclavo. No podemos permanecer al margen, somos parte del negocio.
Pero no sólo cuando consumimos. Subcontratas, ETTs, sindicatos, partidos políticos, convenios laborales supranacionales, organismos internacionales... todo un aparato institucional configura realidades con las que convivimos día a día.
La realidad de nuestro mundo la vivimos permanentemente, no sólo cuando consumimos sino también cuando producimos.
Nos encontramos en un mundo en el que permitimos que los niños paguen los errores de los adultos, como indicaba el propio Koffi Annan, en la Inauguración de la Cumbre de la Infancia, en 2002.
En los informes de la OIT, de la UNICEF, incluso en la mayoría de los materiales de las ONGs se dedican capítulos y capítulos a estadísticas a las cifras respecto del número de niños trabajadores, a la edad más apropiada para empezar a trabajar, informes sobre la edad mínima en los sectores productivos, condiciones de trabajo...
El debate acerca la esclavitud infantil acaba reduciéndose casi siempre a cifras (estadísticas demográficas, proyecciones económicas...). En estas condiciones, hablar de esclavitud infantil no presenta ningún peligro: el debate se queda en la superficie y no resquebraja ninguna orden social que lo impulsa.
No cesa de aumentar la agresión a la infancia bajo cualquiera que sean sus formas: hambre, enfermedades evitables, explotación laboral, guerras, vejaciones sexuales...
En EEUU se descubrió una red de narcotráfico, que para atravesar fronteras, asesinaban bebés, los diseccionaban y rellenaban su cavidad corporal con bolsas de droga, de ese modo, con una madre postiza, se realizaban los viajes en avión.
En definitiva, el retrato del niño a comienzos del siglo XXI en nuestra humanidad, es un niño esclavo; sin derechos ni libertades. La situación de los niños que viven en países enriquecidos es una excepcionalidad.